Ayer, mi sobrina y yo nos dispusimos hacer una pequeña ruta de 5 km, a las 8 de la noche, para visitar una ermita. Ya en camino, disfrutamos de la pequeña brisa, de las altas montañas, del frescor del verde, de una pequeña presa en mitad del camino y hasta, de un huerto que apareció por arte de magia, con tomates, melones y pimientos. ¡Todo un placer para la vista!
Pero, de repente, el paisaje chirrió. Tres banderas ondeaban y anunciaban la entrada a nuestra meta, la ermita. ¡Yo no me lo podía creer! Le comenté a mi sobrina, pero, estas banderas para quéééé. Me respondió, porque, al parecer, en este pueblo les regalan las banderas y no saben qué hacer con ellas. Me quedé espantada...
Lo malo es que la cosa se incrementó. Detrás de las banderas vino lo peor, una ristras de "merenderos" perfilaban la entrada de la ermita. Mis ojos no daban crédito ante tal despropósito. Entonces le volví a preguntar, merenderos para quéééé. Y me volvió a contestar. Porque cuando se celebra la fiesta del pueblo, la gente viene a la ermita y luego comen y meriendan aquí...
En fin, a lo mejor es que soy muy de ciudad y no comprendo ciertas cosas. Pero creo que las señas de identidad, mejor que no se den en la naturaleza, porque a veces, del espanto, te llegan a cegar los ojos. Tampoco alcanzo a comprender qué tendrá que ver el ruido del masticar, el merendar o comer, con el silencio y paz de una ermita...
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Mar Heras para la comunidad edirectivos. (Si quieres ver más comentarios sobre este post, visita mi blog en edirectivos)
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